jueves, 18 de diciembre de 2008

Amo la vida, Te amo

Reducir una cosa desconocida a una cosa conocida proporciona alivio, tranquiliza, satisface, y además da un sentimiento de poderío. Lo que es desconocido produce peligro, inquietud, preocupación; el primer instinto se dirige a eliminar estos estados de ánimo penosos. Primer principio: una explicación cualquiera es mejor que ninguna explicación. Como en realidad se trata únicamente de una voluntad de desembarazarse de ideas deprimentes, no se es muy exigente sobre los medios para ello: la primera idea con la que lo desconocido se explica como conocido produce tanto bienestar que se la tiene por verdadera. Prueba del placer (y de la fuerza) considerada como criterio de la verdad. (...) Lo que es nuevo, nunca experimentado, extraño, es excluido como causa. Por consiguiente, no sólo es buscada como causa una explicación conocida, sino una especie de explicación elegida y preferida, aquella mediante la cual fue más rápida y más frecuentemente eliminado el sentimiento de lo extraño, de lo nuevo, de lo no experimentado; esto es, la especie de las explicaciones habituales. (F. Nietzsche)

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Para que haya arte, para que exista cualquier acción o visión estética, es preciso una condición fisiológica preliminar: la embriaguez. Es necesario primeramente que la embriaguez haya elevado el grado de excitabilidad de toda la máquina. De lo contrario, no se llega al arte. Toda clase de embriagueces, aunque tengan condiciones diversas, poseen aquella fuerza: sobre todo la embriaguez de la excitación sexual, esa forma de embriaguez , la más antigua y primitiva. Así, también la embriaguez que hay detrás de todo gran deseo, de toda fuerte emoción; la embriaguez de la fiesta, de la competencia, del acto de arrojo, de la victoria, de todo movimiento extremo; la embriaguez de la crueldad, la de la destrucción; la embriaguez producida por ciertas influencias meteorológicas: por ejemplo la embriaguez de la primavera, o la producida por narcóticos; en fin, la embriaguez de la voluntad, la embriaguez de una voluntad acumulada e hipertrofiada. (...) Con este sentimiento (de embriaguez) se va hacia las cosas, se las fuerza a que se apoderen de nosotros, se las violenta. Este procedimiento se llama idealizar. Idealizar no consiste, como se cree comúnmente, en una deducción, en una detracción de lo que es pequeño y secundario. Por el contrario, lo decisivo es más bien una gran exaltación de los rasgos principales, de suerte que los otros se diluyan. Cuando nos hallamos en tal estado de ánimo, lo osamos todo a causa de nuestra propia plenitud. Lo que se ve y se quiere, se ve henchido, comprimido, fuerte, sobrecargado de fuerza. El hombre que se halla en tal estado transforma las cosas hasta que son reflejos de su propia perfección. Este haber de transformar en cosas perfectas es arte. (F. Nietzshe)

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Oh santa simplicidad! ¡Dentro de qué simplificación y falseamiento tan extraños vive el hombre! ¡Imposible resulta dejar de maravillarse una vez que hemos acomodado nuestros ojos para ver tal prodigio! ¡Cómo hemos vuelto luminoso y libre y fácil y simple todo lo que nos rodea!, ¡cómo hemos sabido dar a nuestros sentidos un pase libre para todo lo superficial, y a nuestro pensar, un divino deseo de saltos y paralogismos traviesos!, - ¡cómo hemos sabido desde el principio mantener nuestra ignorancia, a fin de disfrutar una libertad, una despreocupación, una imprevisión, una intrepidez, una jovialidad apenas comprensibles de la vida, a fin de disfrutar la vida! A la ciencia, hasta ahora, le ha sido lícito levantarse únicamente sobre este fundamento de ignorancia, que ahora ya es firme y granítico; a la voluntad de saber sólo le ha sido lícito levantarse sobre el fundamento de una voluntad mucho más fuerte, ¡la voluntad de no-saber, de incertidumbre, de no-verdad! No como su antítesis, sino - ¡como su refinamiento! Aunque el lenguaje, aquí como en otras partes, sea incapaz de ir más allá de su propia torpeza y continúe hablando de antítesis allí donde únicamente existen grados y una compleja sutileza de gradaciones; aunque, asimismo, la inveterada tartufería de la moral, que ahora forma parte, de modo insuperable, de nuestra “carne y sangre”, distorsione las palabras en la boca de nosotros mismos los que sabemos: sin embargo, acá y allá nos damos cuenta y nos reímos del hecho de que la mejor ciencia sea precisamente la que más quiere retenernos dentro de este mundo simplificado, completamente artificial, fingido, falseado, porque ella ama, queriéndolo sin quererlo, el error, porque ella, la viviente, - ¡ama la vida!
(F. Nietzshe)

Mucho para pensar, o no pensar...

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